¡¡CUIDADO!! Este texto
contiene spoilers.
Supongo que debí intuirlo al
ver que apenas quedaban hojas en el libro. El giro que estaba dando la historia
no podía contenerse en tan poco espacio. Lentamente, al pasar cada página,
acariciaba las que faltaban. Ansioso por saber qué iba a suceder. Cómo se
resolvería todo. Y llegué a la página 362 conteniendo el aliento. En esos
momentos no sabía que El rencor de la
montaña insomne no era más que la punta del iceberg literario que prepara
el vitoriano Samuel Vernal. Al igual que otra paisana, Eva García Saenz de
Urturi, este genio del género ‘noir’ prepara una trilogía, de la que esta
novela es sólo la primera entrega. Así que imagínense la sensación de sorpresa
al descubrir ese presunto final (por cierto, qué gran final) sin saber que
había un ‘continuará’ pendiente.
Querido Samuel. No quiero que
pienses que esto es una amenaza, te lo digo con cariño. ¡Pero escribe, maldita
sea! ¡Escribe rápido, no nos dejes con la miel en los labios! Porque debo
reconocer que tu historia engancha hasta límites insospechables, convirtiendo a
los lectores en seres tan insomnes como algunos montes de Rioja Alavesa.
El rencor de la montaña insomne no es sólo una novela negra. Su
trasfondo histórico, que cobra todo su esplendor casi al final, es tan genial
como la trama oscura de asesinatos y conspiraciones que se desgranan en cada
página. Si bien al principio algunos detalles, como la personalidad de David
Vanner o el universo de seres atractivos que pueblan el libro, pueden provocar
algo de rechazo, eso se olvida en cuanto la trama eclipsa todo lo demás. Con
una redacción brillante en la que destacan las descripciones y la psicología
(eso sí, compleja), de cada uno de los seres que habitan este relato, Vernal
regala una sesión de lectura única.
El autor la vende como la
trilogía que desvela el origen del euskera, pero la historia va mucho más allá
al desplegar ese halo de misticismo que envuelve a la familia Elguea. Su
composición, quizá por estar ambientada en Euskadi, me recuerda mucho a las
novelas de Ibon Martín, otro genio literario que fusiona pasado con sangre en
sus creaciones. Y también, en lo que corresponde al entramado empresarial de la
corporación para la que trabaja David, he intuido a ese Joseph Finder que con
tanto talento ha concebido historias como Paranoia
o Instinto asesino.
Dicho esto, y con la esperanza
de no haber desvelado demasiado a un posible futuro lector (con perdón a
Florencio Martínez, que insistió siempre en que una crítica literaria no podía
estropear al lector la sorpresa que le reservaba el autor), he de confesar que
hay algo que me repugna por completo. No forma parte de la historia, sino del
cómo. Porque El rencor de la montaña
insomne no viene respaldado por un gran sello editorial, o al menos uno
mediano. Es el propio Vernal el que se ha arriesgado con la autopublicación. De
nuevo, y ya lo comenté con el caso del bilbaíno Fran Santana, una historia
magistral acaba encajonada en este mundo difuso al que por desgracia los
escritores debemos acudir cuando las editoriales recelan de los autores
desconocidos.
Aun así, Vernal entra por la
puerta grande en esta familia literaria en constante crecimiento que conforman
los escritores vitorianos. Y le auguro mucho éxito con sus próximas entregas,
que espero que no se demoren.
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