Hay novelas
que se escriben con pincel, dotando a cada párrafo de una esencia especial que
sólo alcanzan las obras de arte. Cuando una de ellas llega a las manos de un
amante de la lectura, el flechazo entre ambos es inevitable. Es la magia de
aquellas historias que, además de estar perfectamente escritas, aportan en cada
capítulo una pizca (o grandes dosis) de sabiduría al tiempo que emocionan al
lector. Y, por supuesto, no todos los libros llegan a alcanzar esta categoría.
Pero en el caso de ‘La sinfonía del tiempo’, la segunda novela del vitoriano
Álvaro Arbina, su libro cumple con creces estos requisitos.
A caballo
entre una de las grandes novelas de Ken Follet y la intriga de Zafón, ‘La
sinfonía del tiempo’ arranca con la misteriosa desaparición del marido de Elsa.
Un extraño suceso que arrastrará a esta joven desde su casa de Londres hasta la
villa que su familia, propietaria de una de las empresas siderúrgicas más
potentes del Bilbao del XIX, tiene en la costa vasca. Su búsqueda de respuestas
chocará con un secreto que sólo los fantasmas del pasado parecen conocer.
En esta
historia Arbina abre tres tramas que se entremezclan con maestría hasta llegar
al nexo común: la búsqueda desesperada de Benjamin, el pasado familiar de los
Zulueta y la obsesión de un científico por encontrar la sinfonía que entonan
los engranajes del mundo. Todo ello ofrece un billete de primera clase para
viajar a través del tiempo a la época industrial y sus contrastes entre la
opulencia de la burguesía y la pobreza más extrema de la clase obrera, amén de
un repaso a la miseria humana que acompaña al poder.
Si con ‘La
mujer del reloj’ este joven arquitecto vitoriano debutaba en el mundo literario
por la puerta grande gracias a una cuidada novela histórica en la que había
empeñado años de trabajo, lo cierto es que su segundo libro lo consolida como
uno de los grandes narradores de nuestra época, con un estilo madurado respecto
a su primera obra y un afán de enseñar la historia a través de las palabras.
No es de
extrañar el éxito que ha alcanzado, pues Arbina siempre ha buscado la
perfección en las tareas que emprende. Quienes hemos podido conocer su faceta de
arquitecto y ver alguno de los proyectos que ha elaborado (en los que no falta
detalle y cuidado) sabemos la dedicación y el esmero que pone en cada uno de
sus trabajos, y él mismo ha reconocido que su método de trabajo para escribir
cada novela implica documentarse hasta el extremo, dejando que las ideas que
llegan se acumulen en una montaña de post-it que le llevarán después a la obra
maestra.
De lo único
que puede pecar ‘La sinfonía del tiempo’ es de ser algo compleja en la trama en
la que el profesor Higgins busca demostrar que existe esa melodía, aunque ello
no impide una lectura adictiva que ansía desvelar el misterio. Leer esta novela
es una experiencia en la que se entremezcla la ilusión de estar ante una obra
maestra con el orgullo de ver que un joven ha sido capaz de crear algo que en
nuestro imaginario sólo está al alcance de los escritores más veteranos.
No me
cansaré de recomendar esta novela, puesto que cualquier lector sabrá apreciar
en ella la magia de las palabras. Como bien dice Arbina, no se trata de un
libro para devorar, sino que necesita ser degustado. Tiene toda la razón.
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