
Él mismo cuenta que tomó la decisión al ver que las editoriales
tradicionales no se mostraban muy receptivas ante su manuscrito. Sí, ese que
lleva ya más de 100.000 ejemplares. Por libre, y gracias a que el libro
derrocha ingenio e intriga, logró llegar a más de 30.000 personas, y eso hizo
que un grupo editorial viera el potencial de Javier como escritor. Se trata de
un nuevo caso en el que el temor del mercado a apostar por nombres desconocidos
condena a libros que merecen estar entre los más vendidos. En este blog ya he
citado el caso de Samuel Vernal o Fran Santana, pero hay muchos más (Umbriel ha
publicado 'Los crímenes azules', de Enrique Laso, después de que su saga
acumule más de millón y medio de lectores) que evidencian que algo falla en el
engranaje del mundillo editorial.
Es fácil entenderlo. El riesgo a perder la inversión influye mucho en
estas decisiones, y arrastran a los autores a la opción de la autoedición como
alternativa para llegar a sus lectores. Javier Castillo ha tenido la suerte de
que el público haya reconocido un buen libro y le haya permitido reeditarlo con
los grandes. Pero no por estar lleno de lógica es injusto que editoriales de
prestigio despachen un manuscrito sólo con leer un resumen, la biografía del
autor y unas cuantas páginas. Las que lo hacen, claro.
En fin, la cuestión es que en este mercado de segundas oportunidades se
ha colado con fuerza una pieza especial, que reúne los ingredientes necesarios
para mantener en vilo al lector hasta la última página. 'El día que se perdió
la cordura' habla de dolor, de muerte y de locura. Pero en sus páginas nada es
lo que parece, y a medida que se entremezcla el pasado con el presente y se van
atando cabos las tinieblas dan paso a cierta claridad, y llevan a empatizar con
los personajes.
Ya en el arranque, con Jacob caminando desnudo y cubierto de sangre y
una cabeza en la mano, se puede advertir que el autor plantea una historia
arriesgada. Las ganas de obtener respuestas a todas las dudas que brinda esa
estampa se ven recompensadas por dosis de ingenio y nuevos personajes que reconstruyen
el puzle de misterio que regala Javier. Allí aparece un mundo en el que impera
la desesperación del ser humano y donde ya no existe ningún límite. Un universo
del horror en el que es difícil distinguir a los buenos de los malvados. Y todo
gracias a un planteamiento que pone patas arriba todas las teorías que pueda
tener el lector.
'El día en que se perdió la cordura' atrapa, siembra dudas y regala
respuestas que son recibidas con placer y con nuevas preguntas, y no da tregua
hasta su última página. Todo ello con una brillante descripción y un dominio de
la psicología humana y del duelo a caballo entre Katzenbach, King o Kellerman,
entre otros. Desde luego, su trama original cautiva y ayuda a enamorarse de
esta obra literaria.
Debutar con algo así es sinónimo de éxito, como bien se ha demostrado,
y no está al alcance de cualquiera. Y aunque al terminar el libro siguen
quedando preguntas y ganas de saber más, lo cierto es que con esta historia
podíamos darnos por saciados. Sin embargo, Javier tenía claro que se trataba
sólo del comienzo, y por ello hace unas semanas vio la luz 'El día que se
perdió el amor'. Título, por cierto, muy acertado. Genuino. Página 404. Ahí
cobra todo el sentido.
RIESGO DE ‘SPOILER’
El segundo libro de esta saga llega dispuesto a arrojar más luz sobre
la curiosa secta que ansía salvar al mundo a través del asesinato. Para ello el
autor no duda en castigar a sus personajes para forzarles a resolver el
misterio. Es, sin duda, una buena historia, que da algunas respuestas con cuentagotas,
a cambio de sumir al lector en un nuevo mar de incógnitas. Pero durante su
lectura he notado una sensación diferente a la que me provocó la primera parte.
Le falta, a mi juicio, esa chispa especial que provoca lo nuevo, el adentrase
en un territorio virgen, aún sin explorar. A 'El día que se perdió el amor' se
llega con parte de la lección aprendida, con un conocimiento que al final
condiciona la aventura de leerlo. No por ello deja de ser grato y placentero,
aunque guarda cierta distancia con el arranque de la saga.
Que quede claro que el libro sigue siendo bueno, un digno sucesor de
'El día que se perdió la cordura' y un ejemplo más del talento de Javier para
contar historias. Aunque el bueno de Bowring no crea esa conexión que ayude a
empatizar con él, ni tampoco la chica misteriosa que lo introduce en este
descenso a la cordura. Es con Jacob, con Steven y con Amanda con los que se
sufre realmente, gracias a su magnetismo y a la cercanía que produce conocerlos
de antes.
Es muy manido el dicho acerca de las segundas partes, y ni siquiera
Douglas Preston y Lincoln Child se libran de ello en la segunda parte de 'El
ídolo perdido'. Sin embargo, en ambos casos la lectura de ese segundo libro
sigue haciendo que el lector vibre, padezca junto a los personajes y sueñe. No
es que sean malos, al contrario. Son obras de arte, que aportan una nueva
perspectiva y una lectura agradable. Ellos no tienen la culpa de que su primera
parte rompiese todos los moldes.
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